domingo, 30 de septiembre de 2007

PRESENTACIÓN, por José A. de la Valle

(Con motivo de la exposición en Lima de 1954)

EL ARTISTA
Con su chaqueta de pana y la oscura boina cuida sobre la amplia frente, evoca un perso­naje de la bohemia romántica. Pero, lo hace sólo en la apariencia. No tiene de éste la indolencia, la perezosa búsqueda de un impreciso motivo para la creación artística ni recurre a la acción de los estimulantes artificiales para materializar su obra. Todo lo contrario. Es hombre ordenado y labo­rioso que trabaja mientras la luz se lo permite, manteniendo su energía con repetidas tazas de café y algunas frutas. Tiene más la contextura física de un escultor que de un pintor. Por eso, quizá, su obra pictórica tiene un volumen escultural y sus pinceladas adquieren relieve de martillo y de es­coplo.
Su concentración y su silencio inducirían a creer que es un espíritu hosco u orgulloso. Pero, es que lo ensimisma el pensamiento creador, que, por momentos lo sustrae del medio que lo rodea. Podría decirse, más bien, que es un espíritu tímido. Cuando se halla rodeado de amigos, que sa­ben comprenderlo y logra liberarse de la tensión creadora, es en cambio, comunicativo, locuaz y alegre.
Como en la mayor parte de los artistas genuinos, el impulso de la vocación artística fue más fuerte que los consejos familiares y la apreciación materialista del sentido de la vida. Sus libros de ciencias económicas y contables quedaron olvidados, muchas veces, sobre los bancos de los museos, mientras el que debía estudiarlos, paseaba por sus salas admirando los obras de los pintores de todos los tiempos que contenían.
Su aprendizaje de pintor fue doloroso y amargo. Un solo pan endurecido fue el alimento de muchos días y para adquirirlo debió trabajar para los porteros de los edificios de Viena lavando las ventanas y escaleras. La peluquería era lujo que no podía permitirse y los cabellos largos y la barba crecida, unidos a su palidez de hambre, diéronle una extraña apariencia nazarena.
Pero, su tesonero amor al arte y su voluntad sin desfallecimientos, condúcenle al
triunfo.
Sus serios estudios en las Academias de Arte, de Viena y de París, le dan la sólida técnica, que sabe adaptar a su temperamento y concepto del arte. Triunfa en las diversas exposiciones que realiza en Europa.
La apreciación de la capacidad del contenido filosófico y social de su obra, induce a Gamillo Mauclair, a considerarlo como "uno de los más grandes pintores de nuestro tiempo". Conceptos igualmente favorables merece de los críticos de las capitales en que exhibe sus cuadros.
Su reputación hace que se le encomienden composiciones murales para edificios públicos y residencias particulares en varias ciudades europeas. Ante su caballete de pintor reputado, posan para su retrato, reyes y personajes de fama mundial.
La ciega acción destructora de una bomba durante la segunda guerra mundial destruye toda su obra realizada en largos años de labor. Pero, ello si bien lo entristece, le da nuevos estímu­los para reponerlo en una desesperada lucha por la recuperación del tiempo perdido. Abandona Croacia, su tierra natal, eglógica y rebelde en la cual dejó su corazón dolorido.
LOS MOTIVOS DE SU NUEVO ARTE
A la difusa luz de una sala del museo antropológico, descubre el artista, aprisionada entre dos cristales, una tela de Paracas. Lo deslumbra el arte de sus motivos decorativos, el ¡oven brillo de su colorido milenario. Y siente el fuerte impulso de visitar el país en que se ha producido tan maravillosa expresión de arte, de revivir en sus cuadros las culturas y los hombres que supieron crearlas.
Cumpliendo tal propósito, viaja al Perú, y, durante tres años, lo recorre en toda su extensión, estudiando los rasgos característicos de los hombres descendientes de esas culturas, Ios ambientes en que ellas se produjeron y documentándose en los museos públicos y particulares acerca de su ce­rámica y su textilia, sobre su arte y sus costumbres.
Fruto de tan acuciosa investigación étnica y cultural es la Muestra de cuadros que presenta Kristian Krekovic.
Otros pintores —nacionales y extranjeros— habían ya tratado el tema indígena, pero nin­guno lo había hecho con el verismo y la dignidad de éste. Había más de imaginación que de isa-lidad en el tipo étnico y el atuendo de los indios de las culturas desaparecidas y, en cuanto al indígena actual, no fue tratado en lo que él representa de expresión viva y actual de altísimas culturas, sino en lo que tiene de disminuido por el alcohol y la coca y la explotación del cacique o gamonal lugareños.

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